Mesa de Acusa

Es difícil enumerar los paisajes sobrecogedores de Gran Canaria, pero no lo es tanto distinguir a esta mesa como uno de ellos. En medio de La Caldera, frente a la de Los Junquillos, La Mesa de Acusa es recuerdo de la estructura un viejo volcán, elevado en estratos hasta una considerable altura, que el timepo ha ido derritiendo.

Fue la fortaleza de un pueblo que buscó en sus riscos abrigo y refugio y en sus laderas y vega sustento. Con seguridad, se trató de uno de los emplazamientos más importantes para el hombre en esta comarca. Y así lo demuestra la arqueología y la historia. El humano no es sin los recursos naturales, y los alrededores de esta mole geológica fueron capaces de abastecer durante siglos a un importante número de personas, lo que habla a las claras.

Hoy día, son pocos los vecinos, el abandono ha llegado a la mayor parte de los terrenos que fueron cultivados en La Vega y el poblado troglodita de Acusa Seca se ha convertido en uno de los sitios arqueológicos más interesantes de Canarias.

Se apaga la vida de un pueblo y crece la de la naturaleza que vivía bajo su yugo. Los almácigos, a partir de unos pocos ejemplares –que posiblemente fueran respetados por su monumentalidad- recuperan el terreno del que fueron apartados hace algún tiempo, los trigueros y alcaravanes campan plácidamente en La Vega y tabaibas, esparragueras, tajinastes, mamitas, guaydiles, cornicales y curiosas poblaciones de leña buena y espinos crecen andenes y laderas hasta hace poco pelados.

Las rapaces siguen usando sus escarpes y los pequeños paseriformes acuden en masa a picotear los frutos de las tuneras o las flores de las pitas, a veces invasoras. Mientras que en la planicie, cada primavera, el clan invertebrado explota en vida ofreciendo banquete a gaviotas, cernícalos, cuervos, aguilillas y viajeros.

Así es la Mesa de Acusa, un rincón donde la prehistoria y la historia siempre estuvo/está vinculada a un entorno agradecido y biodiverso.